sábado, 26 de febrero de 2011

La Mujer Barbuda

Había una vez un circo…
…la niña entusiasmada corría arriba y abajo y a cada zancada descubría nuevas emociones mientras trataba de encontrar a La Mujer Barbuda. Estaba segura de que no se iba a asustar, de que no se iba a reír, simplemente quería preguntarle algunas cosas.
Terminó la jornada sin éxito en su propósito, regresó a casa y dibujó en su cuaderno payasos, elefantes, malabaristas y acróbatas, pero reservó la página más importante para dibujar a La Mujer Barbuda en cuanto pudiese dar con ella. Esa noche durmió feliz, tan feliz como lo hiciera al día siguiente, la siguiente semana y los consecutivos meses y años.
No se sabe cuánto tiempo invirtió en su búsqueda, de hecho no le importaba el tiempo. No se conoce con certeza si caminó, corrió y buscó en la dirección correcta porque no le gustaban los mapas, las guías, las brújulas y menos aún la extraña que le hablaba desde dentro del GPS.

Ahora era ella la que tenía que inventarse historias, cantar por las noches y mantener viva la llama de la ilusión y esa misión era tan o más difícil que la búsqueda de La Mujer Barbuda. Necesitaba conocer las respuestas a las preguntas…

…por qué las manecillas del reloj continuaban iluminándose por la noche?
…Dónde iban gigantes y cabezudos cuando dejaban de bailar por las calles de Pamplona?
…Cómo se llamaba el hijo de Pancho López?
…Quien le dio una guitarra a Elvis Presley mientras estaba en la cárcel?

Se miró al espejo y mientras se maquillaba recordó al clown que arrancaba sonrisas pese a la edad y a las más que evidentes arrugas, recordó la tenacidad, la fuerza y la inteligencia de los elefantes, recordó la valentía de los funámbulos y la temeridad del domador cuando introducía la cabeza en la boca del fiero felino. Buscó en su propia mirada el brillo de la emoción, lo encontró y sólo entonces supo con certeza que La Mujer Barbuda no era más que el reflejo de un gran hombre…

…su padre.

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