sábado, 26 de febrero de 2011

Mehr Licht


Mehr Licht!! exclamó Goethe en su lecho de muerte alzando la vista hacia la ventana.
Más luz!
Tal vez sea inevitable la necesidad de luz cuando nos llega la hora, y posiblemente sea en ese
mismo instante cuando lo veamos todo más claro.
Lo que me resulta indiscutible es que en nuestro devenir diario necesitamos más luz.
Ahora que somos mayorcitos que nos vengan con el cuento ese de: y se hizo la luz!
Las narices! Como dirían en aquellos tiempos: el que lo vea claro que arroje la primera piedra!
En esta vida sólo hay una cosa cierta: la muerte, y acerca de ella todo son dudas.
Y es que andamos a ciegas.
Si te guias por tu instinto, ya se sabe, la cagas. Si lo piensas demasiado terminas sin saber
en qué estabas pensando. Si te dejas aconsejar, a saber quien te da el consejo (no hay
consejos inocentes). Pues nada, a consultar con la almohada, que lo mismo con un poco
de suerte y un mucho de whisky va y te dice algo!
Dónde cojones se esconde el manual de instrucciones de esa cosa tan complicada que
somos nosotros mismos?? Debe estar justo ahí al lado del punto G y a ver ahora
quien es el listo que lo encuentra! Es o no es una putada que el mayor placer que
podamos obtener esté únicamente en un punto que para colmo está escondido
y para más inri no tiene ubicación concreta. Más luz joder!
Y los de Endesa felices! Que quieres más luz? Toma subidón del 15
(esto es literal, del 15%!!).
Pues casi que nos quedemos a oscuras con nuestros instintos y continuemos
en busca del punto G, que para según que cosas con una velita nos sobra.

La Mujer Barbuda

Había una vez un circo…
…la niña entusiasmada corría arriba y abajo y a cada zancada descubría nuevas emociones mientras trataba de encontrar a La Mujer Barbuda. Estaba segura de que no se iba a asustar, de que no se iba a reír, simplemente quería preguntarle algunas cosas.
Terminó la jornada sin éxito en su propósito, regresó a casa y dibujó en su cuaderno payasos, elefantes, malabaristas y acróbatas, pero reservó la página más importante para dibujar a La Mujer Barbuda en cuanto pudiese dar con ella. Esa noche durmió feliz, tan feliz como lo hiciera al día siguiente, la siguiente semana y los consecutivos meses y años.
No se sabe cuánto tiempo invirtió en su búsqueda, de hecho no le importaba el tiempo. No se conoce con certeza si caminó, corrió y buscó en la dirección correcta porque no le gustaban los mapas, las guías, las brújulas y menos aún la extraña que le hablaba desde dentro del GPS.

Ahora era ella la que tenía que inventarse historias, cantar por las noches y mantener viva la llama de la ilusión y esa misión era tan o más difícil que la búsqueda de La Mujer Barbuda. Necesitaba conocer las respuestas a las preguntas…

…por qué las manecillas del reloj continuaban iluminándose por la noche?
…Dónde iban gigantes y cabezudos cuando dejaban de bailar por las calles de Pamplona?
…Cómo se llamaba el hijo de Pancho López?
…Quien le dio una guitarra a Elvis Presley mientras estaba en la cárcel?

Se miró al espejo y mientras se maquillaba recordó al clown que arrancaba sonrisas pese a la edad y a las más que evidentes arrugas, recordó la tenacidad, la fuerza y la inteligencia de los elefantes, recordó la valentía de los funámbulos y la temeridad del domador cuando introducía la cabeza en la boca del fiero felino. Buscó en su propia mirada el brillo de la emoción, lo encontró y sólo entonces supo con certeza que La Mujer Barbuda no era más que el reflejo de un gran hombre…

…su padre.